OMG! ¡Volveremos!

Café Cargado

Por Carlos Rippol  carlitos.rippol@gmail.com

Creemos, cada noche, al acostarnos, que el día siguiente llegará como el de hoy. Que al abrir los ojos, en ese nuevo día, veremos de nuevo el mismo sol entrar por la ventana y que alguien más nos dará los buenos días. Que nos daremos una ducha y nos pondremos la ropa y los zapatos. Que volveremos a servirnos una buena taza de humeante café y un buen desayuno mientras leemos las noticias, las buenas y malas noticias. Que saldremos a la calle o nos quedaremos en casa a perseguir la chuleta (o el queso de puerco, dicen algunos).

Crawford Jolly Unsplash
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Creemos que cuando esto pase volveremos a ver a nuestros amigos y a salir con ellos. Que apenas podamos, realizaremos ese viaje pospuesto, esa aventura en espera. Que compraremos nuevos libros en las ferias para ponerlos en la cola de los libros por leer. Que volveremos a los bares, al cine, a la playa, a bailar la rumba. Que nos emborracharemos otra vez en la cantina, en el estadio, en esas comilonas con la familia.

Colin D unsplash
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Creemos que volveremos a desandar nuestros pasos lujuriosos a esos cuartos de hotel donde hemos sido felices. Que volveremos a abrazar y ser abrazados, a besar y ser besados. Que cocinaremos para alguien y que nos cocinarán.

Maria Lysenko unsplash
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Lo creemos todo, en la noche, antes de acostarnos. Lo damos por seguro sin saber, y parece que esa es, más que nunca, la única manera de poder vivir, de no ser devorados por el miedo. ¡Porque desde donde sea y como sea, tendremos que volver!

OMG! ¡Que se presente el desgraciado!

Julian Pinilla Unsplash

☕️👑👺

Por Carlos Rippol

He estado ahí cada vez que se han sentido en el infierno. He estado ahí detrás, escuchándolos. Todos han pasado por mi casa sin saberlo. Con todos he hablado y no lo han visto. No temo a los vampiros de las tinieblas. El lugar más horrendo de mi morada lo tengo reservado a los traidores. Tampoco temo a los rezos de las Iglesias de Estambúl que han puesto contra mí a todos los ángeles de dios. Soy más benefactor que malvado, aunque las historias sobre la gente que me ha vendido su alma son ciertas.

Zoran Borojevic Unsplash
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Me dan risa los conjuros mágicos. Me divierto poseyendo a los que participan. Dicen que alguien ya descubrió uno para llegar hasta mí: lo sigo esperando para disfrutar el terror que sentirá. No me agrada verme dibujado con cuernos y cola. No soy una bestia, ni tampoco una nube de gas venenoso, pero me gusta que me teman. No soy cruel. Doy a cada quien en su justa medida, pero a veces no puedo evitar ser abusivo. Vivo en exceso todo el tiempo. Nunca podrán verme pero estaré ahí. Algunos me reconocerán. Yo seré su adversario. Me han llamado el Maligno, el Tentador, el Padre de la mentira, pero yo he sido un Portador de Luz. Nunca me perdonarían todo lo que he hecho.

OMG! Entrenado para no llorar

Entrenado para no llorar

☕️🥺🥃

Por Carlos Rippol

Escucho en el comedor varias carcajadas. Ja, ja, ja. Mis hermanos y yo nos hemos reunido en casa de mi madre. La estamos pasando bien. Yo me he alejado un poco, hacia la cocina, a atender una llamada. Cuando regreso a la mesa todos están callados. Mi esposa, mi hija y mis dos hermanos tienen los ojos clavados en mi mamá, que habla muy bajito y de repente comienza a sollozar. Pero ese sollozo dura apenas unos segundos. Cuando mi hija se dispone a abrazarla, de inmediato se recompone y nos ofrece el postre.

Hay quienes se regodean en abrir las compuertas del llanto. El llanto es liberación, un potente desahogo. Y lo lloran todo. La felicidad, la tristeza, la memoria, el amor, el odio o el insomnio. Y nunca les faltan kleenex o pañuelos. Por el contrario, en mi familia llorar es un signo de debilidad imperdonable. Fuimos entrenados para no llorar, para limpiarnos las primeras lágrimas, levantar la cabeza y seguir adelante. Así que cuando mis hermanos y yo vimos a mi madre sollozar, simplemente callamos, nos quedamos quietos y esperamos a que siguiera el protocolo: secarse las primeras lágrimas, levantar la cabeza y seguir adelante. Recuerdo cómo de niños buleábamos a quien de entre los tres pretendiera un desacato a la sagrada ley de “no llorarás, serás de piedra”. Sólo estaba permitido si te rompías un hueso, temblaba fuerte o te raspabas hasta sangrar.  

Entrenado para no llorar
Julian Pinilla

La obediencia a esta sagrada ley me ha acarreado serias afectaciones estomacales. Me guardo todo. Seguramente también me ha sido útil, aunque no sepa bien para qué. Quizá por ello algunos consideran que una de mis “grandes cualidades”, dicen, es la resiliencia. 

Amo a mi hija con toda mi alma. Y a veces creo que ella no lo ve. ¿He fracasado en hacérselo sentir? No lo sé. Bueno, sí lo sé. Como aprendí de mi madre y de mi abuela, he tratado de decirle que la amo con la elocuencia de los hechos, he tratado de demostrárselo. Aunque evidentemente eso no es suficiente. O en todo caso, ambos hemos fracasado en hacer sentir al otro su amor. Porque en lo fría ella se parece a mí. 

Algunos psicólogos piensan que no deberíamos avergonzarnos de aquellas conductas que nos han servido en la vida para sobrevivir, como aguantarse el llanto, por ejemplo. Gracias a ellas seguimos de pie en la vida. Sólo cuando esas conductas ya sólo nos sirven para crearnos conflictos con el mundo y con quienes nos rodean, entonces es hora de hacer algo. Mi resistencia al llanto ha cabalgado fielmente con el sarcasmo y con mi evitación al contacto emocional, claro, donde está el mayor riesgo de vaciar las lágrimas. Quiero pensar que eso me salvó de mucho dolor y sufrimiento. Quiero convencerme de ello. Pero esa “gran cualidad” ahora me aleja de la gente que quiero, pone una barrera que me lastima. Es hora de hacer algo.

Quizá también pasa que con los años, a mis cuarenta y pocos, me he vuelto más sentimental. Cuando te haces viejo necesitas más muestras de afecto. Antes no me pasaba. Me parecía banal, convencional, hasta ridículo. Hoy empiezo a entender todo el significado que tienen un abrazo, una palabra, un beso. Su poder, el efecto que tienen sobre las personas es inmenso. Y también comienzo a darme permiso de llorar, de ser vulnerable, de romper la sagrada ley familiar, de no seguir más el protocolo. Me doy permiso de llorarlo todo, y llorarlo bien.