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Por Khio Rym
Mi viaje. Todo viaje tiene un comienzo y el mío comenzó hace treinta y tantos años; cierto que algunas personas tal vez lo considerarían interesante pero no es el viaje del que quiero escribir. Quiero hablar de mi viaje a la paz mental y emocional, no sé si a la felicidad sea la palabra correcta pero se acerca mucho a ese sentimiento. El camino está muy lejos de ser perfecto pero definitivamente es la oportunidad perfecta para “salir” del “sistema”.
Mi viaje de vida puede también no ser tan interesante pero tal vez ayude a que me conozcan un poco más. Nací en una familia “tradicional”, y lo entrecomillo porque no sé lo que realmente se pueda considerar tradicional y definitivamente el final queda muy lejos de eso. Mis dos padres son profesionistas. Mi madre, un espécimen perfecto de esta sociedad, una sociedad que le enseñó que el “qué dirán” es muy importante, pero que tal vez no le enseñó lo importante de disfrutar la vida. Sin embargo, me mostró cómo sobrevivir dentro de esta rueda y cómo defenderme siempre haciendo el bien y lo correcto. Él, un ranchero que tuvo la curiosidad de explorar la medicina lejos del pueblo pero el pueblo nunca dejó su corazón... Él quizá lo entendía un poco mejor: entendió que la vida es tediosa cuando te ves forzado a entrar a un sistema donde todo funciona siempre y cuando trabajes más, aunque sea a costa de entregar tu libertad.
El viaje nada tiene que ver con ellos pero ellos formaron el carácter para lograrlo.
El viaje consiste en vivir, vivir cada día como si fuera el último; liberarme de la rueda del capitalismo donde somos hormigas trabajando por ilusiones que no existen, ilusiones que nos han grabado en el fondo de nuestro cerebro y que si no son cumplidas resultan en una decepción para los estándares que quién sabe quién asignó.
Muchos pensarán que soy la típica hippie loca que dejó todo abandonado; la realidad es que sigo teniendo las mismas ganas de triunfar pero sin sentirme parte de una rueda de esclavitud disfrazada de superación.
Busco lo que todos: vivir de lo que te hace feliz y aprovechar cada segundo para sentirme bien.
¿Qué me hace feliz? Fumar torres enteras de mota.
Otra vez, no soy la típica hippie loca.... Bueno según yo, ja, ja. Otros tendrán opiniones diferentes pero aún tengo un buen apartamento, pago mis cuentas, me baño casi todos los días y me depilo no porque la sociedad me lo diga, sino porque los pelos me pican.
Pero la motita ha estado para mí desde hace más de diez años, siendo mi compañía en cientos de horas de soledad, horas de depresión, horas de estrés, horas de felicidad y de paz interior... Me ha salvado la vida en dos ocasiones y hace que todo se vibre mejor.
Cada quién tiene la opinión que quiera sobre la marihuana pero esta es mi historia y así es como empezó la mejor parte de mi viaje. La mejor relación que he tenido con algo, la motita me ha enseñado tantas cosas particularmente buenas pero también me ha obligado a ver tan dentro de mí cosas con las que a veces ha sido incómodo lidiar.
El éxito de esta relación creo que fue el inicio de ella: cuando empecé a fumar lo hice con gente que más que drogarse disfrutaba de los beneficios de esta planta y de la manera de entender la vida con ella.
Me rodeé de gente que abría mi mente, me enseñaba cosas maravillosas, interesantes pero sobre todo me daban amor. Un amor en el cual lo sexual no estaba en la mesa... Solo era amor que traspasaba la edad, la cultura y el género... Era amor por la mota, por compartir la felicidad y vibrar con el mundo y la naturaleza, de vibrar con individuos a través de la mente. De compartir ideas, pensamientos positivos y compartir amor y paz. Disfrutar de la música y la comida, de la conversación de un amigo que te ama por lo que eres y por la magia que puede existir dentro de ti.
Desde que la conocí, mi gran sueño: la legalización. Mi trabajo ideal: cultivar y repartir la felicidad que me hacía sentir y por supuesto fumar todo el día. La realidad es que era un sueño muy marihuano, ¿dónde se iba a ver que fuera un trabajo fumar marihuana todo el día?
Mi consuelo fue que pocas veces me hizo falta... Siempre llegó a mí cuando la necesité pero siempre en secreto.
El silencio de ser marihuano ante una sociedad que rechaza la idea de un aliado para abrir tu mente, disfrutar y amar más.
No creo que mi familia sepa qué tan marihuana soy pero tal vez tengan una ligera sospecha... Me ha tomado años hacer la incepción en sus cabezas de que no es mala.
Ciento un poco de orgullo en saber que mi madre empezó un tratamiento con CBD, no solo por mi relación con la planta sino por los beneficios que tendrá ella en su vida.
En mis trabajos siempre fue un tabú, un secreto. Fueron contadas las personas que compartían el amor por maría de la misma manera que yo... Pero cada vez que nos encontrábamos era como si encontraras a tu hermano perdido... tu hermano marihuana. Todo se compartía, todo se rolaba pero en secreto.
Poco a poco perdí la vergüenza y me abrí más al amor... Entendí que no estaba haciendo nada malo ni lastimando a nadie. No, la mota no es el problema del narco, todos lo sabemos, pero insistirán en la criminalización, un tema que es absurdo si quiera mencionar.
Era una mujer responsable de mí misma, trabajando en lo que fuera para sobrevivir, pagando mis cuentas y siendo un buen ciudadano. Entonces, ¿por qué habría que esconderme de algo que amaba y me hacía tan feliz? El resultado: comencé a abrirme con la gente que consideraba tener la capacidad mental de entenderlo desde mi punto de vista, o desde el suyo pero siempre y cuando me respetaran, ya sea que fumaran o no. El respeto y en entendimiento de que no cambiaba nada en mí, en mi persona, en mi comportamiento, en rendimiento y en mi producción como buena hormiga trabajadora.
Jamás falté a mi trabajo por estar marihuana y jamás fue un impedimento para mi crecimiento mental o laboral.
Entonces comprendí que tal vez la relación marihuana y yo estaba destinada a ser. Que quizá algo se abriría en mi camino que me hiciera expresar libremente mi amor por ella.
Incluso mi cumpleaños es solo un día después del día mundial de la motita y como buena marihuana siempre llegando un poco tarde, pero no dejo de pensar que de alguna u otra manera era mi destino.
Entonces hace unos años el país vecino del norte empezó con los diálogos de la legalización.... Todo marihuano sonrió, aunque no fuéramos gringos mandábamos la buena vibra para que lo lograran y lo disfrutaran. Y pasó, se sacaron la lotería y dos estados la descriminalizaron. Y luego México comenzó ciertas pláticas; cuando sucedió lo de los permisos de cultivo personal recibí la llamada de un hermano marihuano, -hermano, ejemplo de éxito de la sociedad, abogado de profesión y trovador de corazón-: fue una llamada para compartir la felicidad y empezar a planear como íbamos a disfrutarla e inclusive, a vivir de ella.
Lo que pasó después ya lo saben: se nos cayó el sueño y nos lo cancelaron.
Para luego es tarde y cuando el país de la hoja de maple se dio cuenta de las ventajas monetarias de la legalización, decidió aprobarla. Entonces mi sueño ya no parecía tan lejano.
Mi vida se había convertido en un círculo de hacer lo mismo una y otra vez, seguir en esta sociedad, buscar el crecimiento laboral, ser miserable y esperar un resultado diferente... Sí, entiendo que es la definición de estupidez.
Y ahí me encontré perdida en la estupidez por cumplir con expectativas ajenas.
Desde niña recuerdo siempre haber tenido pensamientos muy diferentes y rechacé tantas normas que la sociedad trataba de imponerme solo por su falta de amor propio y miedo. Cuando tuve un poco más de valor, ya no pude callar y empecé a rebelarme poco a poco, sin dejar de seguir siendo un buen elemento para esta sociedad... Empecé con pensamientos diferentes, con levantar mi voz cuando algo no me parecía correcto, exigir respeto como individuo, empecé a hacer las cosas diferentes a pesar del enojo de mi círculo familiar por decidir no seguir el camino tradicional.
Mi deseo solo era ser libre.... porque no estaba de acuerdo en la manera en la que esta sociedad era. Me parecía muy injusta, muy hipócrita y muy destructiva. Pero la proscrita siempre fui yo por no quedarme callada aun cuando sabían que tenía la razón.
Luché por mi derecho a no procrear, porque decidí mantener mi libertad, a la sociedad no le gustó.
Me amaban por ser feliz y tener el valor de salirme y luchar por lo mío, pero a la vez me odiaban por lo mismo, me odiaban hasta por sonreír, por viajar sola, por no tener televisión y por poder tener una buena conversación conmigo misma.
Jamás me importó, entendí que el odio que sentían no era por mí, era por su propia incapacidad de hacer las mismas cosas aunque realmente las desearan.
Y entonces, renuncié a todo y me fui.
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