Por Carlos Rippol [email protected]
Un hombre maduro acuerda con una joven mujer verse en un restaurante para hablar del empleo que él puede ofrecerle a ella. De último momento él cambia el plan: le dice a la joven que la cita será en su casa. Ella accede, desde luego, le interesa y necesita el empleo, y llega a casa del hombre pensando que toda su capacidad y experiencia se lo darán. Apenas llega, él le ofrece un trago. Ella se niega. Trata de dirigir la conversación hacia el tema del empleo pero él, en cambio, le dice lo sexy y guapa que le parece. Del trabajo, nada. Ella insiste en hablar de los proyectos que pueden hacer juntos pero él sólo tiene halagos para su belleza. Por fin, él se lanza con todo y le toca la pierna. No, no la toca, la masajea, la masajea y extiende su mano y casi puede tocarle la ingle mientras se lleva la otra mano a su pene. Ella no sabe bien qué hacer, comienza a pensar en cómo despedirse de forma amable pero lo que en realidad quiere es salir huyendo de ahí.
¿Acoso sexual? ¿Abuso de poder?
Otro caso. Dos jóvenes amigos, profesionales exitosos, hombre y mujer salen de juerga con otros camaradas. La pasan bomba. Muchos tragos, buena comida, buena música. Terminan ebrios. Ella mucho más, no puede ni caminar. Él le dice que no se preocupe, que la llevará a su casa. Y así sucede. Ella está tan ebria que no puede ni abrir la puerta. Él la ayuda a entrar al departamento. La carga hasta su cama. La acuesta, le quita los zapatos, le acomoda la cabeza. Mira a su amiga tendida en la cama, dormida, casi inconsciente, tan guapa, tan vulnerable, tan sola, tan dispuesta, tan apetecible. La desviste, la acaricia y abusa de ella.
¿Violación?
Estos dos caballeros no son ningunos monstruos. Incluso pueden ser apreciados por su carisma o inteligencia. Hasta podemos convivir con ellos, saludarlos cada mañana y tenerlos presentes en nuestro día a día. Son, simplemente, unos hijos sanos del patriarcado. Unos buenos hijos del patriarcado que han aprendido, desde niños, a cazar, a seducir, a aprovechar la oportunidad, a tomar lo que es suyo. Han aprendido, como la mayoría de los hombres, que nacieron del lado ganador, y que las mujeres están para servirles y darles placer.
Así que estos caballeros no sentirán remordimientos por estos actos. Y si los tienen, los desecharán de inmediato. Más bien se felicitarán por su audacia. El violador se lamentará de no haber hecho video. El acosador, de no haberse arriesgado a más. Y ambos sonreirán cuando piensen en lo que les dirán sus camaradas al contarles su hazaña: palmadas en el hombro, hurras, pulgares arriba.
Alguna vez leí por ahí que los hombres que violan mujeres no son bestias buscando placer, no, son “hijos sanos del patriarcado”, es decir, son individuos reafirmando la crianza, las creencias y el poder que les da un mundo hecho a modo por y para los hombres. Es esto lo que las feministas quieren tirar. Y todos estos abusos les dan la razón.