Café Cargado

OMG! Mueve tus caderas

Café Cargado

☕️🕺🏻💃🏻

Por Carlos Rippol  [email protected]

En estas últimas semanas, navegando en el barco de nuestra nueva normalidad, me ha asaltado, con arma blanca, un impulso extraño para mí: ganas de bailar. Quizá iniciaron, no lo puedo asegurar, desde que abrí mi cuenta en Tik Tok, cuyo algoritmo te avienta a destajo coreografía tras coreografía de merengue, reguetón o salsa en línea. El caso es que: ¿junta improvisada de la oficina en zoom al quince para las seis? Unos pasitos de break dace para sacar el enfado. ¿Lees en las noticias que en tu país la primera fase de vacunación contra el Covid-19 se atrasa más y más? Un, dos, tres, ¡chévere! ¿Se te revela (ooootra vez) como una epifanía que cada día tienes que levantarte a chingarle por que estás en la base de la pirámide? ¡Azúcar!

Andre Hunter unsplash
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Y estas desconocidas ganas de mover el bote me ocurren también cuando por las tardes paseo a mi buen lomito alrededor de la plaza. Veo a los adolescentes frente a las paredes de espejos practicar sus de K-pop, y mis piecitos se mueven. Lo mismo cuando me acerco a ver qué nuevos pasos tienen los del grupito que baila shuffle. Incluso en casa he intentado unos pasos de este baile, pero lo dejé cuando esposa e hija me dijeron que parecía Piporro bailando el taconazo. Cámara, no me agüito. Por eso cuando también escucho al gaitero que por las tardes vacía sus pulmones bajo el Monumento a la Revolución, imagino las danzas al ritmo de gaitas en Asturias, Escocia o Inglaterra. Suponiendo que esas danzas existan, claro.

Preillumination Unsplash
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Estas sorpresivas ganas de menearme me duraron con todo ímpetu, hasta que el otro día, un sabadito alegre, mi esposa me invitó a la sala de la casa a bailar una cumbia. Ella me dice que la cumbia es mi ritmo, el que mejor bailo, aunque yo me empeñe neciamente en el son cubano. Pasó que después de lucirme a ritmo de “Tus jefes no me quieren”, se me ocurrió poner una cancion de la enorme Celia Cruz. Y ahí estaba yo, recontento de mover mis pies a toda velocidad mientras sonaba “Quimbara quimbara quma quimbamba”, cuando de repente me sobrevino lo que pareció ser una asomo, una amenaza, una alerta de soponcio. ¡Pum! Párale en seco. Tranquilo, señor, tome aire. ¡Y ya siéntese, por favor!

Anthony Fomin Unsplash
Anthony Fomin Unsplash

En fin, que las ganas de balancearme al son de lo que poray se escuche, siguen, aunque con moderación y mesura. Porque hay que aprovechar lo que se pueda los beneficios del bailongo, sobre todo, del buen humor en que te deja.

Además, “mue-ve tus ca-de-ras, cuan-do to-do va-ya mal”, canta Joquín Sabina. ¿O no?

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